Estadísticas en Baloncesto

14.05.2014 12:38

En la antigua Grecia se azotaba a los luchadores olímpicos si los porcentajes de sus victorias caían por debajo del 50%. Me lo he inventado, pero no es difícil imaginar que era verdad. Las estadísticas deportivas existen desde hace casi tanto tiempo como el propio deporte.

Últimamente, las estadísticas se han vuelto cada vez más sofisticadas. En la NBA ya no nos conformamos con la media de puntos por partido de un jugador. Ahora necesitamos conocer el Índice de Eficiencia del Jugador, los puntos que marca en 48 minutos, la calidad de su juego en casa, fuera de casa, en los gimnasios donde hace frío y en los de color rojo. Pronto querremos saber qué marca de calzoncilos usa (o no usa).

He observado la tendencia hacia estadísticas cada vez más complejas con la curiosidad morbosa que se suele reservar para los accidentes automovilísticos. Mi cerebro quiere ver lo que está ocurriendo, pero mi corazón no está seguro de querer enfrentarse a la cruda realidad. Hay dos medidas estadísticas que me han saltado a la vista particularmente. La primera es una cuya simplicidad habla de su posible genialidad: un sencillo sistema de más/menos. El observador mide el impacto de un jugador registrando en un gráfico los resultados de su equipo con él en la cancha. Si cuando el jugador se incorpora al partido su equipo va perdiendo de tres, y cuando sale lleva seis de ventaja, su más/menos para ese lapso es de nueve. Al final del partido, o de la temporada, o de su carrera, podremos decir si, en general, el chico ha influido positiva o negativamente en las victorias.

Otra estadística que ha llamado mi atención es resultado del algoritmo de Victorias Producidas desarrollado por el economista del deporte David Berri. Asigna valores a las estadísticas que Berri y su equipo han descubierto que tienen un impacto en las victorias. El resultado es la parte del total de victorias del equipo que se puede atribuir a un jugador determinado.

Paulatinamente me he ido acercando cada vez más a esas estadísticas, que me atraían porque concordaban con una de mis ideas principales, que es que deberíamos medir las victorias, y no los logros individuales. Pero entonces me entró el pánico. ¿Acaso las estadísticas se están volviendo demasiado buenas? ¿Acabaremos por saberlo todo? ¿Qué sentido tendrá entonces jugar?

Así que intenté buscar grietas en los números. Y no tardé en encontrarlas. Por ahora, no hay ninguna estadística que pueda explicar el pase que llevó a la asistencia, el bloqueo que abrió el camino al tirador en suspensión, o las jugadas defensivas que no terminan en una acción que se pueda medir, como un robo de balón o un tapón.

Por no mencionar lo que ocurre fuera de la cancha. Un apretón de manos en el vestuario; un mensaje de ánimo; el entrechocar de palmas cuando un jugador vuelve al banquillo, exhausto tras un buen rato en la defensa. Todo esto puede sonar insignificante al estadístico, pero este exjugador de baloncesto está en condiciones de afirmar que cualidades como la capacidad de liderazgo, la fiabilidad y la integridad importan mucho más de lo que el estadístico pueda saber.

Lo admito: fue un consuelo darme cuenta. Pueden llamarme anticuado, pero es bonito saber que si bien es posible que un día nuestra capacidad analítica llegue a ser tan poderosa que ya no necesitemos balones, cestas, canchas o uniformes, aún no hemos llegado a ese punto.

Por ahora, todavía alguien tiene que jugar.

Paul Shirley